que los del
infierno; quiero que se lo vea al desnudo,
que se le tema, que
se le deteste, y no conozco otra forma
de lograrlo que
mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza"
El Marqués de Sade
(1740 - 1814)
Las 120 Jornadas
de Sodoma
de Sodoma
Primera Parte
- ¡Oh, joder, sí bribonzuela! -exclamó el libertino-.
¡Oh, joder sí que lo harás delante de mí, y lo que es peor, sobre mí! Y
sacándose la verga, añadió: -Mira, éste es el instrumento que inundarás, tienes
que mear encima.
Entonces, cogiéndome y colocándome entre dos sillas, con
una pierna sobre una de ellas y lo más separadas que pudo, me dijo que me
agachara. Cuando me tuvo en esta actitud, colocó un orinal debajo de mí,
sentóse en un pequeño taburete a la altura del orinal, con su miembro en la
mano y rozando mi coño. Una de sus manos sostenía mis caderas y con la otra se
la meneaba, y como por esta postura mi boca se hallaba paralela a la suya, la
besaba.
- ¡Vamos, pequeña, mea! -me
dijo-. Inunda ahora mi pito con ese bello licor cuya tibia salida tanto poder
tiene sobre mis sentidos. ¡Mea corazón, mea y trata de inundar mi semen! Louis
se animaba, se excitaba, era fácil ver que esta operación singular era la que mejor
halagaba sus sentidos; el más dulce éxtasis vino a coronarlo en el momento en
que las aguas con que había llenado mi estómago surgieron en abundancia, y
llenamos, ambos a la vez, el mismo orinal, él de esperma y yo de orina.
Vamos, empecemos por ti! Lo
que ves aquí -me dijo, poniéndome mi mano sobre el pubis-' se llama un coño, y he
aquí lo que debes hacer para proporcionarte unos cosquilleos deliciosos. Hay
que frotar ligeramente con un dedo esta pequeña elevación que sientes aquí Y
que se llama el clítoris.
Y luego, haciéndome actuar:
-Es así, pequeña, mientras
una de tus manos trabaja aquí, un dedo de la otra debe introducirse
imperceptiblemente en esta deliciosa hendidura...
Y colocándome la mano:
-Eso es, si... ¡Y bien!, ¿no
sientes nada? -continuó mientras hacía que ejecutase su lección.
-No, padre, se lo aseguro
-contesté con inocencia.
- ¡Vaya! señorita, es que
debes ser todavía demasiado joven, pero dentro de un par de años ya verás el
placer que te causará esto.
- ¡Espere! -le dije-. Creo
que siento algo.
Y frotaba tanto como podía en
los lugares que me había dicho... Efectivamente, algunas leves titilaciones
voluptuosas acababan de convencerme de que la receta no era una quimera, y el
gran uso que hice después de este caritativo método ha acabado de convencerme
más de una vez de la habilidad de mi maestro.
Toma -me dijo, haciéndome empuñar un instrumento tan monstruoso que mis
dos pequeñas manos apenas podían rodearlo-, toma, hija mía, esto se llama un
pito y este movimiento -continuó diciendo, al tiempo que hacía mover mi puño
con rápidas sacudidas-, este movimiento se llama menear. Así, pues, en esos
momentos, me estás meneando el pito. ¡Vamos, hija mía, vamos, menea con todas
tus fuerzas! Cuanto más rápidos y fuertes sean tus movimientos, más apresurarás
el instante de mi embriaguez. Pero fíjate en una cosa esencial -añadió,
dirigiendo siempre mis sacudidas-, procura que la cabeza esté siempre
descubierta. No la cubras nunca con esta piel que llamamos el prepucio; si el
prepucio recubriera esta parte que llamamos el glande, todo mi placer
desaparecería. ¡Vamos, pequeña -añadió mi maestro-, deja que yo haga contigo lo
que tú haces conmigo.
Fin
/ MARQUÉS DE SADE /
/ MARQUÉS DE SADE /
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