“En su vena la sangre, sutil como un veneno
raro y ardiente como la lava, corre y arrolla
encogiendo su triste ideal que se derrumba
… por lógica de una influencia maligna”.
Paul
Verlaine
(1844
- 1896)
Textos Poéticos
POEMAS SATURNIANOS
Los sabios de antaño, que valían tanto como los de hoy,
creyeron y este es un punto todavía mal dilucidado,
leer en el cielo tanto de dicha como los desastres
y que cada alma estaba unida a uno de los astros.
(Mucho se ha bromeado, sin pensar que a menudo
la risa es tan ridícula como engañosa
sobre esta explicación del misterio nocturno.)
Ahora bien, aquellos nacidos bajo el signo de Saturno,
fiero planeta caro a los nigrománticos
entre todos tiene, según los viejos grimorios,
buena parte de desdicha y de cólera.
La imaginación inquiete y débil,
en ellos anula el esfuerzo de la razón.
En su vena la sangre, sutil como un veneno
raro y ardiente como la lava, corre y arrolla
encogiendo su triste ideal que se derrumba.
Y así los saturnianos deben sufrir y así
morir –admitiendo que seamos mortales–,
pues su plan de vida ha sido trazado línea a línea
por lógica de una influencia maligna.
MUJER Y GATA
La sorprendí jugando
con su gata,
y contemplar cáuseme
maravilla
la mano blanca con
la blanca pata,
de la tarde a la luz
que apenas brilla.
¡Como supo esconder
la mojigata,
del mitón tras la
negra redecilla,
la punta de marfil
que juega y mata,
con acerados tintes
de cuchilla!
Melindrosa a la par
por su compañera
ocultaba también la
garra fiera;
y al rodar (abrazadas)
por la alfombra,
un sonoro reír cruzó
el ambiente
del salón... y
brillaron de repente
¡cuatro puntos de fósforo en la sombra!
CANCIÓN DE OTOÑO
Los largos sollozos
de los violines
del otoño
hieren mi corazón
de una languidez
monótona.
Del todo sofocado y
pálido, cuando
la hora suena,
me acuerdo
de pasados días
y lloro;
y me voy
con el viento malo,
que me lleva
aquí, allá,
semejante a la
hoja muerta.
Los Poetas Malditos
Fragmentos / Paul Verlaine.
ARTHUR RIMBAUD
Con gozo hubimos de conocer a Arthur Rimbaud.
Hoy, muchas cosas nos separan, sin que, claro está, haya nunca faltado o disminuido
nuestra profunda admiración por su genio y su carácter. En aquella época, relativamente
lejana, de nuestra intimidad, Arthur Rimbaud era un niño de dieciséis o
diecisiete años, ya por entonces afianzado a todo el caudal poético, que sería menester
que el público conociera, y del cual ensayaremos un análisis al tiempo que citemos
cuanto nos sea posible.
Físicamente era alto, bien conformado, casi
atlético; su rostro tenía el óvalo del de un ángel desterrado; los despeinados cabellos eran de
un color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietante. Como era de
las Ardenas, además de un lindo dejo del terruño, pronto perdido, poseía el don
de la asimilación rápida, propio de sus paisanos, y esto puede explicar la
pronta desecación de su numen (veine) bajo el sol insulso de París (hablemos como
nuestros antepasados, cuyo lenguaje directo y pulcro, al fin y a la postre, no
estaba tan mal).
Empezaremos por la primera parte de la obra
de Arthur Rimbaud, producto de la más tierna adolescencia –¡sublime erupción, maravillosa
pubertad!– y luego, examinaremos las diversas evoluciones de este espíritu
impetuoso, hasta su literario fin.
Abramos aquí un paréntesis y, por si estas
líneas caen casualmente bajo su mirada, sepa Arthur Rimbaud que nosotros no
juzgamos los móviles de los hombres, y tenga por segura nuestra aprobación (y nuestra negra tristeza
también) de su abandono de la poesía, supuesto que este abandono haya sido para él lógico,
honesto y necesario, lo cual no dudamos.
La obra de Rimbaud, remontándose al periodo
de su extrema juventud, es decir, a 1869, 70 y 71, es asaz abundante y formaría un
respetable volumen. Se compone de poemas generalmente cortos, letrillas,
sonetos, o composiciones de cuatro, cinco o seis versos. El poeta nunca emplea
el pareado heroico (rime plate). Su verso, firmemente encajado, usa de pocos artificios; hay en él pocas cesuras
literarias y no cabalga.
La selección de palabras es siempre
exquisita, a veces pedante adrede. El lenguaje es preciso y permanece claro aun
cuando la idea suba de color o el sentido se oscurezca. Las rimas son muy
honorables.
Paul Verlaine / Vídeo