“La foto tenía tan alta definición
que podían apreciarse claramente los dorados vellos de
la piel
y las gotas minúsculas de agua refrescándola”.
Gabriel
Jiménez Emán
Microrrelatos
Inéditos
(
2015 )
BLOW UP
Tomás
al fin dio con la chica deseada en Internet, buscó hasta encontrar a la
muchacha de sus sueños completamente desnuda. Su cuerpo sensual se ofrecía en
la pantalla en toda su frescura. La foto tenía tan alta definición que podían
apreciarse claramente los dorados vellos de la piel y las gotas minúsculas de
agua, refrescándola. El rostro, el
pubis, las nalgas, los pezones irradiaban todo su esplendor. La reproducción
fotográfica era tan diáfana que bien hubiera podido pensarse que era real. No
había casi diferencia. Sólo necesitaba el tamaño adecuado para alcanzar una
dimensión corporal a la escala de la suya. Como no podía lograr tal cosa con la
foto, amplió la imagen de los senos en detalle y los acarició, los besó
deseoso. Luego hizo lo mismo con el pubis: amplió sus dimensiones para lamerlo
e internarse con su lengua atravesando los pliegues ofrecidos de la valva.
Después de esto, debía besarla en la boca. Agigantó el rostro, miró los bellos
ojos, debía besarla con fruición, hacer suyos los labios carnosos y rosados, la
tersa piel, más, más cerca, más, siguió agrandando la imagen para acercarse,
pero en este punto los poros de la imagen se atenuaron y difuminaron.
Tomás se encolerizó. No podía lograr su objetivo
completo. Siguió desesperado ampliando la imagen del rostro hasta tenerlo
frente al suyo, pero sólo consiguió desvanecerlo, perdiendo sus rasgos
originarios con la cercanía de la pantalla recalentada, la cual de inmediato
comenzó a absorber ojos, boca, nariz, pómulos, poco a poco, con fruición,
saboreándolos hacia su interior, hasta apropiarse por completo de la cabeza con
el sonoro chasquido de un beso con el que deglutía la testa de Tomás, para
apoderarse luego, con supremo éxtasis, de aquel cuerpo remojado en el líquido
del amor.
ADIÓS
A LOS LIBROS
Actualmente
me encuentro bastante deprimido por el hecho de tener que renunciar a mi
biblioteca de libros impresos. Se han puesto viejos y ahora me producen
alergia, los hongos me dan escozor en la nariz y la piel, me pican en los
dedos, sus páginas amarillentas y manchadas me causan una tristeza indecible.
Acabo de dar instrucciones para que se los lleven embalados en cajas. Ya
no caben en el departamento, crían telarañas, acumulan polvo, pesan demasiado,
nadie los consulta ni lee, mi mujer necesita espacio para poner un cuarto de
huéspedes.
Se llevan los libros y con ellos se van
mis mejores recuerdos, mis lecturas, mis ojos en sus líneas, mis
emociones, el pulso de mi escritura en sus márgenes, las observaciones que hice
a todas y cada una de las ediciones que dentro de pocas horas serán llevadas a
grandes depósitos de objetos de remate, dios mío, creo que esta noche no
dormiré, me veré obligado a entrar al cuarto de estudio donde están y tomar
cualquiera de ellos para sentirme acompañado de él y ponerme a leer hasta el
amanecer, hasta que lo concluya y pueda así pagar de una vez por todas la deuda
de por vida que he contraído con ellos, mis hermanos incondicionales que hasta
ahora han evitado mi suicidio y las decisiones fatales de quitarme la vida
lanzándome desde edificios, precipicios, o de tomar píldoras para acabar con
todo de una buena vez.
¿Qué voy a hacer con mi colección de yoes destruidos, de personajes
energúmenos que pasaron por mi propia personalidad, por mis insoportables
manías ególatras? Lo dejo todo por ahora en manos de la providencia, en manos
del destino que ya sabrá qué hacer con las inmensas ganas que tengo de lanzarme
desde este hermoso edificio de oficinas de la gran ciudad de Nueva York.
EL
SIERVO DE DIOS
José
Gregorio Hernández tenia tal magnetismo personal, que el único automóvil que
había en Caracas lo buscó por toda la ciudad hasta que lo encontró en una
esquina del barrio La Pastora y se abalanzó sobre él para que el Siervo de Dios
lo bendijera, pero José Gregorio no podía estar al tanto de que el aparato
tenia los frenos malos y ello no fue tomado en cuenta por el conductor del
automóvil en el momento en que el Siervo de Dios se colocó frente a él para
bendecirlo y evitar así los posibles accidentes en la ciudad y en el país,
suceso que fue considerado por la sociedad y la opinión pública un signo
nefasto de los nuevos tiempos que se avecinaban.
LA
BRISA
La
brisa es lo mejor que hay, lo máximo que puede uno llegar a experimentar cuando
no se tiene absolutamente nada qué decir.
AUTOFAGIA
Ese día había llegado al límite
del calor y de la sed. Llevaba casi una semana sin comer y cuando al fin bebí
el primer vaso de agua, sufrí un desmayo que me llevó de nuevo al suelo, donde
comencé a sufrir alucinaciones.
Después que éstas
pasaron, el hambre era tal que pensé en devorar cualquier cosa: un pedazo de
trapo, papel, basura, insectos, plásticos suaves, lo que fuese. Entonces miré
mis manos, sobre todo mi mano izquierda, y ésta lucía apetitosa, aunque mejor
estaban mi antebrazo y mi bíceps, así que empecé por ahí.
Un primer mordisco
hizo fluir la sangre, pero seguí con mi tarea hasta concluir todo el brazo; de
éste colgaban articulaciones y tendones despegados que me dolían, pero mi
apetito era superior al dolor, y ya que no tenía nada qué hacer sin brazos, no
esperé demasiado para proseguir con las piernas y los pies, operación que me
volvió un poco más flexible y me permitió ir desgajando los últimos músculos
del abdomen. Aquellos colgajos sanguinolentos y grotescos no servían ya de nada,
ni siquiera para mirarlos, así que continué con el pecho, hasta que de mí quedó
sólo la cara y la boca, puestos en una cabeza flotante que, ya cansada de dar
bandazos entre la paredes y el aire del departamento, cayó al suelo y siguió
rodando por el piso, para ir a detenerse finalmente junto al plato donde el
perro come. El animal aparece pronto atraído por el olor, se acerca y procede a
devorarla, luego escupe los ojos y en ese momento despierto de la horrible
pesadilla.
LAS ARGUMENTACIONES
CONVINCENTES
Las argumentaciones breves no sirven.
Siempre lo he dicho y pensado. Las argumentaciones, para poder ser
argumentaciones convincentes, profundas, de peso, han de ser largas. Estoy
plenamente convencido de ello, hasta la muerte. Incluso hasta la muerte misma
de las argumentaciones.