¡Oh!, matemáticas
severas,
no os he olvidado
desde que vuestras sabias lecciones,
más dulces que la
miel, se derramaron en mi corazón,
como una ola
refrescante.
Isidore Lucien
Ducasse
(1846-1870)
Diseño: Enrique Jiménez Corominas Historietista e Ilustrador español. |
Los Cantos
de Maldoror
(1869)
Canto II
(Fragmento)
« ¡Oh!, lámpara
de mechero de plata, mis ojos te perciben en los aires, compañera de la bóveda
de las catedrales y buscan la causa de tal suspensión. Dicen que tus fulgores
iluminan, durante la noche, la turba de quienes vienen a adorar al Todopoderoso
y que muestras a los arrepentidos el camino que lleva al altar. Óyeme, todo es
posible, pero... ¿necesitas acaso prestar semejantes servicios a quienes no
debes nada? Deja, sumidas en tinieblas, las columnas de las basílicas, y cuando
un soplo de la tormenta en la que se atorbellina el demonio, llevado a través
del espacio, penetre con él en el lugar santo, extendiendo el espanto, en vez
de luchar valerosamente contra la pestífera ráfaga del príncipe del mal,
extínguete al punto, bajo su enfebrecido soplo, para que pueda, sin que le
vean, elegir a sus víctimas entre los arrodillados creyentes. Si así lo haces,
puedes afirmar que te deberé toda mi felicidad. Cuando brillas, extendiendo tu claridad
indecisa, pero suficiente, no oso entregarme a las sugerencias de mi carácter y
permanezco, bajo el sacro pórtico, mirando por el entreabierto portal a quienes
escapan de mi venganza en el seno del Señor.
¡Oh, lámpara
poética!, tú, que serías mi amiga si pudieras comprenderme, cuando mis pies
huellan el basalto de las iglesias, en las horas nocturnas, ¿por qué comienzas
a brillar de un modo que, lo confieso, me parece extraordinario? Tus reflejos
se colorean, entonces, con los blancos matices de la luz eléctrica. Los ojos no
pueden mirarte, e iluminas con una llama nueva y poderosa los menores detalles
de la pocilga del Creador, como si fueras presa de santa cólera.
Y, cuando me retiro
tras haber blasfemado, te vuelves de nuevo irrelevante, modesta y pálida,
segura de haber llevado a cabo un acto de justicia. Dime, ¿acaso porque conoces
los recovecos de mi corazón, cuando comparezco en el lugar donde velas, te
apresuras a señalar mi presencia perniciosa y a llamar la atención de los
adoradores hacia el lugar donde acaba de mostrarse el enemigo de los hombres,
esta opinión me parece acertada, pues también yo comienzo a conocerte, y sé
quién eres, vieja bruja, que tan bien velas sobre las sagradas mezquitas donde
se pavonea, como cresta de gallo, tu curioso dueño. Vigilante guardiana, te has
encargado de una misión insensata. Te lo advierto, la primera vez que me
señales a la prudencia de mis semejantes, aumentando tus fosforescentes fulgores,
como ese fenómeno de óptica, que por lo demás ningún libro de física menciona,
no me gusta, te agarraré por la piel del pecho, clavando mis zarpas en las
escaras de tu nuca tiñosa, y te arrojaré al Sena. No pretendo que, mientras yo
no te hago nada, tú te comportes, a sabiendas, de un modo que me sea
perjudicial. Allí te permitiré brillar, mientras me resulte agradable; allí te
burlarás de mí con inextinguible sonrisa; allí, convencida de la incapacidad de
tu criminal aceite, lo orinarás con amargura.» Tras haber hablado así, Maldoror
no sale del templo y permanece con los ojos fijos en la lámpara del lugar
santo... Cree ver una especie de provocación en la actitud de esa lámpara, que
le irrita al más alto grado con su presencia inoportuna.
Nota: Los textos fueron extraídos del Libro "Los cantos de Maldoror"
de Ediciones
SED DE BELLEZA
(2006).
La Banda "CORVUS"
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