9 de junio de 2015 | By: Leonardo García.

José Pérez II

Un cocuyo florecía a ratos entre la penumbra
porque ninguna estrella deja de estar ausente
Cuando cerró las alcobas y los gallos cantaron
había otro paraíso
completamente rendido
en las plantas de sus pies.

José Pérez

José Pérez
(Anzoátegui, 1966)


Nació en El Tigre, estado Anzoátegui, Venezuela, el 15 de mayo de 1966. Reside en la isla de Margarita. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, España (2011). Desde 1991 se desempeña como Profesor Asociado de la Universidad de Oriente Núcleo de Nueva Esparta en el área de Lingüística. Pertenece a la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Entre sus Obras destacan: Jardín del tiempo (Cuentos, 1991); Por la Mar de Luís Castro (Ensayo, 1995); Como ojo de pez (Poesía, 2006); Fombona, rugido de tigre (Novela, 2007) y Cosmovisión del Somari (Ensayo, 2011 y 2013).


Poema Inédito

LA CASA DE GUSTAVO


                  
Este corredor es lomo de libro y viento
para el ojo feliz
en la humildad. La esquina
era otra.
Detrás de los horcones
                        —como al centro de una taza—
estaba el rancho y sus hedores.
Era depositario de los desvaríos del día
y de la noche
de la antigua Lecherías.
Aquí defecaban los piratas más urgidos
los fugitivos amantes escapados a las estrellas
y alguna ocasional bengala de dama enloquecida.
            Sus primitivos dueños pusieron el cartel
            clavado al árbol
con la sentenciosa esperanza del se vende.
El mar  traía rumores y guijarros
hasta el borde de la cerca.
No habían amanecido otras moradas
y los planetas seguían siendo lejanos.
Eran invisibles los futuros edificios.
De menudo había una gran paz
y pájaros y brisa.
A poco los paisanos se acercaban
bondadosos con vituallas y pescado
los hijos tan pequeños
la esposa tan amada,
tan Mauren.
            La vida tan dura.
Llama de eterno amor en la alcoba.
                       
Benito
—mi padre—
sembró aquel limonero.
Ofelia
—maternal—
bendijo las sombras
con cándida oración.

Y la casa de Gustavo hizo nido de libros
de noticias
y de tristes.

Aquí durmieron los viejos camaradas.
Aquí pernoctaron los poetas
errantes en sus sueños y otros viajes.
La policía rondaba el callejón.

Aquí comió en la humilde mesa el Maestro Prieto
y los artistas convirtieron en museo estos rincones.
Estaba escrito en las sagradas escrituras de las olas
que Gustavo Alejandro y Santiago David
serían emperadores y reyes del consentimiento
avenidos del lejano país de los nietos.
Estaba escrito que el azabache de mi perro Sombra
sería alguna vez nada más.
También los aguacates y las verdes mandarinas
serían nidos de arrendajos.
De mi isla natal vino el peñero azul
de un artesano genial
y estas maderas finas
talladas y entorchadas
las hizo Pedro Barreto.
Ese vitral espléndido es de la mano de Gladys.
Quiso el mármol y la piedra de Guarame
ser el pez
erosionado en la talladura indomable de Valentín Malaver.
Como esos
  son tantos los recuerdos.
Esta casa —si era un rancho abandonado—
es ya una simple estrella de mar.
Aquí espero cada tarde una cerveza
o un amigo fugitivo en la poesía
aferrado a un clásico Haikú de Bashô.
Si el timbre suena es que alguien se detuvo
frente al muro forrado con hiedra.
Si alguien me visita recorremos el pasillo
de este corredor infinito
y nos vamos por aquí hasta la biblioteca.

La dirección de mi casa es muy sencilla:
camino de las olas y el viento
a media cuadra de la luna
justo frente al sol
y un pasito más allá de los sueños.




Cuento Inédito

UNA DULCE CENA CON MARGOT ROBBIE


El empedrado barrio de San Telmo de Buenos Aires recibió esa noche los ojos azules de mi bella Margot Robbie, justo cuando una luna también azul lanzaba bengalas, escarchas, espumas o cualquier cosa parecida sobre las pampas del Sur, las bahías enlucecidas, las gentes caminantes, los faroles en claroscuro, las voces de suave tono y los mundos encontrados para sobrellevar la vida. Los amantes por ejemplo.

Margot viajó en mi mismo avión, o al revés, viajé en su vuelo desde Ámsterdam porque ambos veníamos desde Australia y no hubo la posibilidad de un vuelo directo a Buenos Aires desde Sídney. Yo vestí de piloto durante toda la travesía y a menudo me sonrío cuando me serví alguna copa y caminé por los pasillos para despejar la mente. Ella en cambio lucía serena, en paz, como una diosa. Hojeó tres revistas y consultó largo rato un cuaderno de tapas fucsias, tan femenino que parecía un manual de maquillaje, pero advertí que se trataba de un libreto de cine.

Vestía como una aeromoza. Ese era justo el papel que más la identificaba como en aquella serie de Pan Am. A veces leía y ensayaba gestos faciales que no me eran desapercibidos pero sí para el resto de los pasajeros de la pequeña primera clase. Un gordo panzón con barba de cien años y rostro de mandón, de jefe severo, de hombre fuerte y poderoso ni advirtió la belleza física y la elegancia natural de Margot Robbie porque se tomó todo el licor que pudo y exigió todo lo exigible a una aeromoza chilena que se esmeraba en aplicar el manual de entrenamiento para los clientes VIP aunque tal vez sus entrañas ya despreciaban a aquel sujeto.

En mi vida de actor feliz jamás conocí una mujer más bella que Margot Robbie. Y en mi vida de espía infeliz pues mucho menos. En París me correspondió seguir a una señora banquera que lavaba capital proveniente del narcotráfico suramericano bajo la apariencia de una diseñadora de modas que exportaba vestidos parisinos para damas y caballeros de alta gama — que además se prestaba para toda suerte de actos criminales a cambio de fuertes sumas de dinero—, y ciertamente su porte, su donaire y su nivel de cultura pasmaban a cualquier bobo y lanzaban por la borda a un incauto no fogueado en las artes marciales de la seducción. Durante dos años mi sueño, mi comida y mis heces no tuvieron otro norte que la vida de Madame Luciénne Lacolie o de la guapa Ruperta María Calatrava de Sánchez —que era su verdadero nombre—, esposa de civil nada más de un mafioso doble que practicaba de testaferro de un político y también de un capo de la cocaína, sin que estos se dieran por enterados. Su mujer Ruperta María Calatrava de Sánchez o Madame Luciénne Lacolie constituía un tercer frente de tipo internacional que era el camino futuro de su fuga hasta que me correspondió encender las antorchas de la vigilancia y preparar los dardos de la discreción para hacer una cacería triple.

Margot Robbie era un poema viviente y ya la vergüenza me atosigaba cuando le vi lo ojos por primera vez frente a frente a más de once mil pies de altura sobre el Atlántico. Ella se levantó para tomar agua con la sencillez de una chavala de veinte años cuyas piernas tenían la flor del lirio sobre la dermis y la flor del trigo sobre su cabellera lisa. No sé si le envié una mirada del actor que he sido o del espía que soy pero igual hizo una mueca sencilla y respetuosa a manera de saludo cuando le dije: “Adelante”, cediéndole el paso. Yo venía de regreso del bar de los vinos del avión porque en mi cabeza no traía nada útil para alimentar mi pereza de los viajes largos sobre los cielos invisibles, sin árboles, sin avenidas, sin pájaros ni autos. Incluso, sin ruidos. Al frente mío pasaban una película y no sé si por capricho de la aerolínea o por merecido tributo a la estrella a bordo que era la actriz Margot Robbie pasaban en ese film donde ella actuaba. Sin embargo, parecía desentendida.

Luciénne Lacolie o Ruperta María Calatrava de Sánchez, una empleada de bancos que aprendió toda suerte de operaciones en comercio internacional y financiación encubierta de empresas de maletín y colocación de fondos mixtos de corruptos, empezó su productiva hazaña mercantil personal en Panamá luego de pasar una semana de disfrute en compañía de unas amigas de su ex marido a mediados de 2007. Ya se había separado de aquel esposo por infidelidad mutua y caprichos personales contrapuestos como por ejemplo el anclaje existencial de Jorge David en Porlamar para dedicarse al comercio de importación de zapatos deportivos de marca y el de ella de aspirar alto, el glamour y las altas esferas que el color local no le podían ofrecer. Otro viaje suyo a Sídney dos meses después con una breve estancia en Nueva York, le abrieron los ojos de inmediato. La brecha, el sendero apropiado y la suerte apuntaban al pretexto del diseño de modas aprovechando el talento natural de su hermano Jesús José, un joven gay que era mal visto como tal en la isla de Margarita pero que representaba oro en polvo en París, Roma o Miami, por decirlo de algún modo. Jesús José era capaz de confeccionar vestidos de hasta tres mil perlas con un virtuosismo impresionante o armar de pedrería exótica y sedas la armadura exacta de un ave o una flor sobre el cuerpo de una doncella.

Los labios de Margot Robbie parecían dos pétalos sobre la cresta de una ola cuando la mar duerme. Leyó más de tres horas y luego inclinó la cabeza sobre el almohadín de apoyo mientras los auriculares del asiento le señalan internamente algún clásico como Beethoven, Chopin o Mozart. Su pequeñita cartera negra y el teléfono móvil estaban a un costado de su cintura. Era sin dudas una chica elegante y muy inteligente. ¿Por qué viajaría sola? La había visto consumir muchas gaseosas y eso podía ser la expresión de alguna ansiedad no revelada. Sus finos lentes negros de montura impecable lucieron innecesarios el rato que los usó. Eso parecía no tener sentido. Después de media hora sumida en los laberintos oníricos del cielo hizo un gesto casual y cruzó las piernas en sentido derecha izquierda, y ahí estaba su muslo blanco y firme como una flor de loto, como la caricia de la primera nieve cuando nos sorprende bajo el sol. En ese instante pensé en sus desnudos de internet, siempre asociados al buen cine, a las escenas atrevidas de gran valor, a la sensualidad artística, a su figura recién salida de la ducha o sentada en un gran sillón de hotel, entre bouquet de flores. Sólo entonces me dije que no sólo la espiaría, como era mi misión principal, sino que la invitaría a cenar al llegar a Buenos Aires.

La presencia de Madame Luciénne Lacolie en el hotel Costa Galana y en el Casino Carlos V sí que me extrañaron sobremanera. Rápidamente pude averiguar que se había instalado en la ciudad desde un día antes del rodaje de la película de Margot Robbie y Willy Smith. Hasta había asistido a algunas tomas y entablado amistad, astutamente, con los asistentes de dirección, de utilería, maquillaje y sonido amparada en la figura ingenua y dócil de su hermano gay. De momento aquel interés podía ser meramente económico, de promoción de su moda engañosa o de alguna conveniencia publicitaria. Sin embargo, el detective Leopoldo Jeanmarie me puso al tanto de todo de una manera profesional. Madame Luciénne Lacolie o Ruperta María Calatrava de Sánchez había recibido ya un maletín con más de 400.000 mil dólares en un lujoso auto alquilado durante una de esas noches únicas de la bahía. Igualmente estuvo en el spa, tomó los mejores vinos y degustó las carnes más envidiables del mundo, rodeadas de guardaespaldas. Alguien que llegó en un vuelo privado desde Centroamérica la cotejaba y le había servido el dinero de los dólares. De este modo, Leopoldo sostenía la tesis más probable de que se planificaba el secuestro de Margot Robbie, alguna lesión grave, alguna amenaza letal o su muerte física. Pero no cabía dudas de que Margot Robbie era un objetivo inminente en el mundo perverso y oscuro de Ruperta María Calatrava de Sánchez o la falsa modista Madame Luciénne Lacolie.

La cena con Margot Robbie se desarrolló de manera sencilla, quizás perturbada por la diferencia de idiomas y mi casi absoluta torpeza para entrarle al inglés con fluidez. Yo no podía salirme de sus ojos azules. Le dije desde el comienzo que era actor en situación de retiro y que en el presente me dedicaba al espionaje internacional. Como tal había sido contratado por alguien que me solicitaba detalles muy puntuales acerca de su desempeño de trabajo durante sus filmaciones e incluso en su intimidad. Sin embargo, un hecho inesperado había cambiado rotundamente mis propósitos. Desde París y desde el Caribe se planificaba un atentado sobre su vida. De hecho, Margot Robbie no sólo no me creyó ni una palabra de cuanto le confesé sino que fue sincera al comentarme que accedió a cenar conmigo porque yo le recordaba a un guionista de cine muy amigo suyo desde la infancia, nacido también en Gold Coast, en su Queensland natal de Australia, con mi misma edad y esta cara de escritor que me delata sin saber por qué. Durante tres horas traté de persuadirla de que me permitiera protegerla del atentado, pero después de la última copa de vino que vi pasar sobre sus labios rosa entendí que la palabra muerte no estaba remotamente en su visión existencial. Con delicadeza me despedí de ella y salí a la carrera a buscar a Madame Luciénne Lacolie.

Ruperta María Calatrava de Sánchez amaneció en medio de un gran charco de sangre a poco más de mil metros de la plaza de Dorego, también en San Telmo, justo en el Puente de Las Mujeres, con el pecho atravesado por una certera puñalada. A su lado estaba igualmente apuñalado su hermano Jesús José con una bolsa de compras de alguna tienda del boulevard llena de dinero, una pequeña pistola Browning calibre 7,65 x 17 mm, unas gafas oscuras de dama y ropa de abrigo de lujo. Sus cuerpos no mostraban signos de violencia o lucha y ciertamente el episodio resultó extraño en ese sector. La data de muerte del forense determinó que los crímenes habían ocurrido a las 5:00 AM menos 20 minutos. Se descartó el hampa común y sólo dos meses después, en Madrid, pude dar con los asesinos. Un falso piloto de una aerolínea panameña ejecutó el encargo con dos cómplices pagados por su ex marido. El asesino se hizo pasar en Argentina como falso piloto, igual que yo, quizás para inculparme en el asesinato y perjudicar mi carrera. Pero ahora Madame Luciénne Lacolie estaba muerta y aunque se ignorase qué la llevó a perseguir a la bella actriz Margot Robbie, esta vez la tigra resultó cazada y yo ni siquiera tuve tiempo de asistir al estreno de la película de Margot Robbie y Willy Smith. Tampoco he podido tener una nueva oportunidad de saludarla y pedirle que me preste un segundo sus ojos azules para mirar el mar tan bello que hay ellos. 


 Portadas de Algunos Libros Publicados
/ José Pérez / 

No Lisis. NO Listesis

Cosmovisión del Somari
Como Ojo de Pez
En Canto de Guanipa

Callejón con Salida
De Par en Par

Fombona, rugido de Tigre


 Instantes entre Amigos.

De Izquierda a derecha: Gustavo Pereira, José Pérez y Ramón Palomares.