17 de octubre de 2014 | By: Leonardo García.

Paul Verlaine

“En su vena la sangre, sutil como un veneno
raro y ardiente como la lava, corre y arrolla
encogiendo su triste ideal que se derrumba
… por lógica de una influencia maligna”.


Paul Verlaine
(1844 - 1896)



Textos Poéticos


POEMAS SATURNIANOS


Los sabios de antaño, que valían tanto como los de hoy,
creyeron y este es un punto todavía mal dilucidado,
leer en el cielo tanto de dicha como los desastres
y que cada alma estaba unida a uno de los astros.
(Mucho se ha bromeado, sin pensar que a menudo
la risa es tan ridícula como engañosa
sobre esta explicación del misterio nocturno.)
Ahora bien, aquellos nacidos bajo el signo de Saturno,
fiero planeta caro a los nigrománticos
entre todos tiene, según los viejos grimorios,
buena parte de desdicha y de cólera.
La imaginación inquiete y débil,
en ellos anula el esfuerzo de la razón.
En su vena la sangre, sutil como un veneno
raro y ardiente como la lava, corre y arrolla
encogiendo su triste ideal que se derrumba.
Y así los saturnianos deben sufrir y así
morir –admitiendo que seamos mortales–,
pues su plan de vida ha sido trazado línea a línea
por lógica de una influencia maligna.




MUJER Y GATA


La sorprendí jugando con su gata,
y contemplar cáuseme maravilla
la mano blanca con la blanca pata,
de la tarde a la luz que apenas brilla.

¡Como supo esconder la mojigata,
del mitón tras la negra redecilla,
la punta de marfil que juega y mata,
con acerados tintes de cuchilla!

Melindrosa a la par por su compañera
ocultaba también la garra fiera;
y al rodar (abrazadas) por la alfombra,

un sonoro reír cruzó el ambiente
del salón... y brillaron de repente
¡cuatro puntos de fósforo en la sombra!




CANCIÓN DE OTOÑO


Los largos sollozos
de los violines
del otoño
hieren mi corazón
de una languidez
monótona.

Del todo sofocado y
pálido, cuando
la hora suena,
me acuerdo
de pasados días
y lloro;

y me voy
con el viento malo,
que me lleva
aquí, allá,
semejante a la
hoja muerta.




Los Poetas Malditos
Fragmentos / Paul Verlaine.



ARTHUR RIMBAUD



Con gozo hubimos de conocer a Arthur Rimbaud. Hoy, muchas cosas nos separan, sin que, claro está, haya nunca faltado o disminuido nuestra profunda admiración por su genio y su carácter. En aquella época, relativamente lejana, de nuestra intimidad, Arthur Rimbaud era un niño de dieciséis o diecisiete años, ya por entonces afianzado a todo el caudal poético, que sería menester que el público conociera, y del cual ensayaremos un análisis al tiempo que citemos cuanto nos sea posible.

Físicamente era alto, bien conformado, casi atlético; su rostro tenía el óvalo del de un ángel desterrado; los despeinados cabellos eran de un color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietante. Como era de las Ardenas, además de un lindo dejo del terruño, pronto perdido, poseía el don de la asimilación rápida, propio de sus paisanos, y esto puede explicar la pronta desecación de su numen (veine) bajo el sol insulso de París (hablemos como nuestros antepasados, cuyo lenguaje directo y pulcro, al fin y a la postre, no estaba tan mal).

Empezaremos por la primera parte de la obra de Arthur Rimbaud, producto de la más tierna adolescencia –¡sublime erupción, maravillosa pubertad!– y luego, examinaremos las diversas evoluciones de este espíritu impetuoso, hasta su literario fin.

Abramos aquí un paréntesis y, por si estas líneas caen casualmente bajo su mirada, sepa Arthur Rimbaud que nosotros no juzgamos los móviles de los hombres, y tenga por segura nuestra aprobación (y nuestra negra tristeza también) de su abandono de la poesía, supuesto que este abandono haya sido para él lógico, honesto y necesario, lo cual no dudamos.

La obra de Rimbaud, remontándose al periodo de su extrema juventud, es decir, a 1869, 70 y 71, es asaz abundante y formaría un respetable volumen. Se compone de poemas generalmente cortos, letrillas, sonetos, o composiciones de cuatro, cinco o seis versos. El poeta nunca emplea el pareado heroico (rime plate). Su verso, firmemente encajado, usa de pocos artificios; hay en él pocas cesuras literarias y no cabalga.

La selección de palabras es siempre exquisita, a veces pedante adrede. El lenguaje es preciso y permanece claro aun cuando la idea suba de color o el sentido se oscurezca. Las rimas son muy honorables.




Paul Verlaine / Vídeo