8 de mayo de 2013 | By: Leonardo García.

El Marqués de Sade

 “Nunca pintaré el crimen bajo otros colores
que los del infierno; quiero que se lo vea al desnudo,
que se le tema, que se le deteste, y no conozco otra forma
de lograrlo que mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza"


El Marqués de Sade
(1740 - 1814)



Las 120 Jornadas
 de Sodoma

Primera Parte

- ¡Oh, joder, sí bribonzuela! -exclamó el libertino-. ¡Oh, joder sí que lo harás delante de mí, y lo que es peor, sobre mí! Y sacándose la verga, añadió: -Mira, éste es el instrumento que inundarás, tienes que mear encima.

Entonces, cogiéndome y colocándome entre dos sillas, con una pierna sobre una de ellas y lo más separadas que pudo, me dijo que me agachara. Cuando me tuvo en esta actitud, colocó un orinal debajo de mí, sentóse en un pequeño taburete a la altura del orinal, con su miembro en la mano y rozando mi coño. Una de sus manos sostenía mis caderas y con la otra se la meneaba, y como por esta postura mi boca se hallaba paralela a la suya, la besaba. 



- ¡Vamos, pequeña, mea! -me dijo-. Inunda ahora mi pito con ese bello licor cuya tibia salida tanto poder tiene sobre mis sentidos. ¡Mea corazón, mea y trata de inundar mi semen! Louis se animaba, se excitaba, era fácil ver que esta operación singular era la que mejor halagaba sus sentidos; el más dulce éxtasis vino a coronarlo en el momento en que las aguas con que había llenado mi estómago surgieron en abundancia, y llenamos, ambos a la vez, el mismo orinal, él de esperma y yo de orina.


Vamos, empecemos por ti! Lo que ves aquí -me dijo, poniéndome mi mano sobre el pubis-' se llama un coño, y he aquí lo que debes hacer para proporcionarte unos cosquilleos deliciosos. Hay que frotar ligeramente con un dedo esta pequeña elevación que sientes aquí Y que se llama el clítoris.

Y luego, haciéndome actuar:
-Es así, pequeña, mientras una de tus manos trabaja aquí, un dedo de la otra debe introducirse imperceptiblemente en esta deliciosa hendidura...

Y colocándome la mano:
-Eso es, si... ¡Y bien!, ¿no sientes nada? -continuó mientras hacía que ejecutase su lección.

-No, padre, se lo aseguro -contesté con inocencia.
- ¡Vaya! señorita, es que debes ser todavía demasiado joven, pero dentro de un par de años ya verás el placer que te causará esto.
- ¡Espere! -le dije-. Creo que siento algo.


Y frotaba tanto como podía en los lugares que me había dicho... Efectivamente, algunas leves titilaciones voluptuosas acababan de convencerme de que la receta no era una quimera, y el gran uso que hice después de este caritativo método ha acabado de convencerme más de una vez de la habilidad de mi maestro.



Toma -me dijo, haciéndome empuñar un instrumento tan monstruoso que mis dos pequeñas manos apenas podían rodearlo-, toma, hija mía, esto se llama un pito y este movimiento -continuó diciendo, al tiempo que hacía mover mi puño con rápidas sacudidas-, este movimiento se llama menear. Así, pues, en esos momentos, me estás meneando el pito. ¡Vamos, hija mía, vamos, menea con todas tus fuerzas! Cuanto más rápidos y fuertes sean tus movimientos, más apresurarás el instante de mi embriaguez. Pero fíjate en una cosa esencial -añadió, dirigiendo siempre mis sacudidas-, procura que la cabeza esté siempre descubierta. No la cubras nunca con esta piel que llamamos el prepucio; si el prepucio recubriera esta parte que llamamos el glande, todo mi placer desaparecería. ¡Vamos, pequeña -añadió mi maestro-, deja que yo haga contigo lo que tú haces conmigo.



Fin

/ MARQUÉS DE SADE /